Una Hora de Crisis Existencial
Estoy sufriendo una crisis existencial.
Me di cuenta apenas ayer por la tarde, después de varios intentos frustrados de ponerme a hacer deberes. Pensé que sólo estaba mareada y me dolía la barriga, pero no, ésas parecían ser sólo expresiones físicas de un disgusto más profundo.
Un disgusto conmigo misma, con el universo y con la vida en general.
Intenté hacer ejercicio para sentirme mejor (usualmente funciona), y estaba allí, saltando la cuerda en medio de la sala de estar, cuando me di cuenta.
Vivir duele, y mucho.
No sé bien como explicarlo. Me di cuenta de que lo que me vuelve loca no es mi soledad, ni mi eterna preocupación por encontrar un lugar en el mundo, sino el simple hecho de estar viva. ¿Porqué? Agh! No sé como decirlo, como traducir en palabras un sentimiento tan fugaz y profundo, tan chocante. Era como si me diera cuenta de que no sé nada, ni porqué estoy aquí ni a dónde voy ni qué tengo que hacer conmigo misma y con mi vida, como si estuviera perdida en un mundo gris y extraño del que nunca podré salir. Me dieron unas ganas enormes de gritar y estirarme el pelo y arrojarme contra las paredes.
Y esto, ¿lo sentimos todos? Tengo la sospecha de que así es, aunque tal vez de manera distinta o con intensidad distinta. Sé que a veces escucho una canción, leo un comic o un libro, una frase que me resuena en la cabeza, me doy cuenta de que no soy la única que se siente perdida, frustrada. No soy la única que sufre y grita desesperada: ahí está otro llanto frente a mí, en la forma de una canción o una novela... otro intento más de explicar esa frustración, de plasmar físicamente el grito que se nos muere en la garganta.
En esto somos todos iguales- igual de idiotas, igual de histéricos, igual de inteligentes. Algunos ignoran el sufrimiento, concentrándose en las tareas cotidianas, en la rutina, en los amigos, en las drogas, en la telebasura. Otros intentan expresar su particular grito, y a veces surgen obras de arte, reconocidas o no por los demás. Neil Gaiman, Daniel Clowes (el autor de "Ghost World"), Avril Lavigne... no son artistas como Shakespeare o Dante, pero ellos conectan conmigo, puedo sentir su grito, su dolor, su incomprensión.
Tal vez sea otro síndrome de la adolescencia. Tal vez dentro de veinte años ya no sienta ganas de gritar y volverme loca. Tal vez para entonces habré encontrado algo (¿qué?) que le dé sentido a mi vida.
¿Yo lo tengo? Mi vida no tiene sentido, pero yo vivo porque hay muchas personas a las que tengo en gran estima, y por lo menos a cuatro de ellas las quiero demasiado como para infligirles el dolor de mi ausencia. Soy demasiado sensata, demasiado prudente, demasiado curiosa como para terminar mi vida en este momento.
Pero a pesar de ello, hay ocasiones en las que no puedo dejar de desear la muerte, porque la vida es inaguantable.
Algo que me vuelve loca a mi, una persona muy indecisa, es que la vida es una serie de caminos que se bifurcan cada segundo, en cada lugar. El mundo está compuesto por un número infinito de decisiones, de caminos distintos. Un número INFINITO. Mira a tu alrededor. Podrías elegir arrojarte por el puente, volver atrás, seguir adelante, quedarte parado en tu sitio. Podrías ir a hablar con el hombre que está frente a ti, o tirarle del pelo al chiquillo a tu lado, o matar a la vieja de junto. Todas son posibilidades. Son una Realidad Potencial, algo que no es pero que podría ser si tan sólo movieras el dedo. ¿Sigo estudiando aquí? ¿Me cambio de carrera? ¿Me vuelvo a casa? Todos son posibilidades. Y de entre todas ellas, sólo puedo escoger UNA. En un mundo de caminos, sólo puedes ir por uno, uno solo. Un solo itinerario, con un número limitado de viajeros que se cruzan en tu camino, con un número limitado de lugares que visitas y un número limitado de experiencias que vives. ¿Y al final? Esto es lo más divertido, verás, porque al final toda esta infinidad de caminos llevan a una sola destinación. Todas las historias tienen un mismo final. En "El Desierto de los Tártaros" Dino Buzzatti lo describe como un mar, un mar en calma, gris, infinito. La Muerte, la Nada, el Cero, el Vacío.
El Hogar, un lugar muy nuestro. Ninguna parte. Yo que sé.
Pensar esto me hace sentir mejor. Le quita peso a las decisiones, me permite despejarme la mente para que sea capaz de elegir el camino que más me gusta.
¿Se me entiende? Da lo mismo. Tal vez algún día consiga expresarme mejor, o de una forma más bella, o más acertada. Por ahora, yo lo intento, y si Dios o el destino quieren, mañana volveré a intentar plasmar este sufrimiento, esta confusión tremenda, este deseo que me consume y me deja fría. Y si, tal vez algún día alguien leerá algo de lo que haya escrito y pensará: ella también sufre, como yo. Como todos.
Y ese alguien tal vez sentirá que se le quita un peso de encima. Tal vez incluso sonría tristemente.
Tal vez, quien sabe.
Me di cuenta apenas ayer por la tarde, después de varios intentos frustrados de ponerme a hacer deberes. Pensé que sólo estaba mareada y me dolía la barriga, pero no, ésas parecían ser sólo expresiones físicas de un disgusto más profundo.
Un disgusto conmigo misma, con el universo y con la vida en general.
Intenté hacer ejercicio para sentirme mejor (usualmente funciona), y estaba allí, saltando la cuerda en medio de la sala de estar, cuando me di cuenta.
Vivir duele, y mucho.
No sé bien como explicarlo. Me di cuenta de que lo que me vuelve loca no es mi soledad, ni mi eterna preocupación por encontrar un lugar en el mundo, sino el simple hecho de estar viva. ¿Porqué? Agh! No sé como decirlo, como traducir en palabras un sentimiento tan fugaz y profundo, tan chocante. Era como si me diera cuenta de que no sé nada, ni porqué estoy aquí ni a dónde voy ni qué tengo que hacer conmigo misma y con mi vida, como si estuviera perdida en un mundo gris y extraño del que nunca podré salir. Me dieron unas ganas enormes de gritar y estirarme el pelo y arrojarme contra las paredes.
Y esto, ¿lo sentimos todos? Tengo la sospecha de que así es, aunque tal vez de manera distinta o con intensidad distinta. Sé que a veces escucho una canción, leo un comic o un libro, una frase que me resuena en la cabeza, me doy cuenta de que no soy la única que se siente perdida, frustrada. No soy la única que sufre y grita desesperada: ahí está otro llanto frente a mí, en la forma de una canción o una novela... otro intento más de explicar esa frustración, de plasmar físicamente el grito que se nos muere en la garganta.
En esto somos todos iguales- igual de idiotas, igual de histéricos, igual de inteligentes. Algunos ignoran el sufrimiento, concentrándose en las tareas cotidianas, en la rutina, en los amigos, en las drogas, en la telebasura. Otros intentan expresar su particular grito, y a veces surgen obras de arte, reconocidas o no por los demás. Neil Gaiman, Daniel Clowes (el autor de "Ghost World"), Avril Lavigne... no son artistas como Shakespeare o Dante, pero ellos conectan conmigo, puedo sentir su grito, su dolor, su incomprensión.
Tal vez sea otro síndrome de la adolescencia. Tal vez dentro de veinte años ya no sienta ganas de gritar y volverme loca. Tal vez para entonces habré encontrado algo (¿qué?) que le dé sentido a mi vida.
¿Yo lo tengo? Mi vida no tiene sentido, pero yo vivo porque hay muchas personas a las que tengo en gran estima, y por lo menos a cuatro de ellas las quiero demasiado como para infligirles el dolor de mi ausencia. Soy demasiado sensata, demasiado prudente, demasiado curiosa como para terminar mi vida en este momento.
Pero a pesar de ello, hay ocasiones en las que no puedo dejar de desear la muerte, porque la vida es inaguantable.
Algo que me vuelve loca a mi, una persona muy indecisa, es que la vida es una serie de caminos que se bifurcan cada segundo, en cada lugar. El mundo está compuesto por un número infinito de decisiones, de caminos distintos. Un número INFINITO. Mira a tu alrededor. Podrías elegir arrojarte por el puente, volver atrás, seguir adelante, quedarte parado en tu sitio. Podrías ir a hablar con el hombre que está frente a ti, o tirarle del pelo al chiquillo a tu lado, o matar a la vieja de junto. Todas son posibilidades. Son una Realidad Potencial, algo que no es pero que podría ser si tan sólo movieras el dedo. ¿Sigo estudiando aquí? ¿Me cambio de carrera? ¿Me vuelvo a casa? Todos son posibilidades. Y de entre todas ellas, sólo puedo escoger UNA. En un mundo de caminos, sólo puedes ir por uno, uno solo. Un solo itinerario, con un número limitado de viajeros que se cruzan en tu camino, con un número limitado de lugares que visitas y un número limitado de experiencias que vives. ¿Y al final? Esto es lo más divertido, verás, porque al final toda esta infinidad de caminos llevan a una sola destinación. Todas las historias tienen un mismo final. En "El Desierto de los Tártaros" Dino Buzzatti lo describe como un mar, un mar en calma, gris, infinito. La Muerte, la Nada, el Cero, el Vacío.
El Hogar, un lugar muy nuestro. Ninguna parte. Yo que sé.
Pensar esto me hace sentir mejor. Le quita peso a las decisiones, me permite despejarme la mente para que sea capaz de elegir el camino que más me gusta.
¿Se me entiende? Da lo mismo. Tal vez algún día consiga expresarme mejor, o de una forma más bella, o más acertada. Por ahora, yo lo intento, y si Dios o el destino quieren, mañana volveré a intentar plasmar este sufrimiento, esta confusión tremenda, este deseo que me consume y me deja fría. Y si, tal vez algún día alguien leerá algo de lo que haya escrito y pensará: ella también sufre, como yo. Como todos.
Y ese alguien tal vez sentirá que se le quita un peso de encima. Tal vez incluso sonría tristemente.
Tal vez, quien sabe.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home