domingo, julio 03, 2005

Dilemas de Juventud

Justamente ahora estaba leyendo Jane Eyre por primera vez. Y Dios, OH DIOS MÍO. ¿Cómo es posible que palabras escritas hace más de un siglo me hablen a mí, justamente a mí, justamente ahora, de cosas tan íntimas, de reflexiones sobre mis propias acciones, sobre lo que me está pasando justo en este momento?

¿CÓMO ES POSIBLE?

Para empezar, este fragmento...

“(...) now I remembered that the real world was wide, and that a varied field of hopes and fears, sensations and excitements, awaited those who had courage to go forth into its expanse, to seek real knowledge of life amidst its perils. I went to my window, opened it, and looked out. (…) My eye passed all other objects to rest on those most remote, the blue peaks. It was those I longed to surmount; all within their boundary of rock and heath seemed prison-ground, exile limits. I traced the white road winding round the base of one mountain, and vanishing in a gorge between the two. How I longed to follow it farther!”

Ésa soy yo, esa voz es (casi) mía. A los doce o trece años, recuerdo que pasaba mucho tiempo mirando por la ventana de nuestra habitación, desde donde se veía la ciudad y los cerros más allá. Miraba sobretodo el horizonte, el cielo azul, las nubes. ¡Cómo deseaba alejarme volando de ese lugar, ver que había más allá del horizonte, más allá de esos dos cerros! Pero al instante me invadía la pesadumbre, porque ya lo sabía: más allá del horizonte había otro horizonte, más cerros, una tierra desértica y pobre donde no había nada que me interesara, que me emocionara. ¡Cómo deseaba salir de allí!

Y salí de allí, poco tiempo después, a respirar el aire dulce del Mediterráneo, a hacer frente a los numerosos problemas de vivir en un lugar desconocido.

(Pero ellos estaban a mi lado, y no estaba sola)

Hace unos días, fui a pasear sola por la ciudad. Pasaba de la desesperanza a la calma, a la desesperación, a la tristeza. En cierto momento subí por un pequeño cerro donde había solo unas cuantas casas y unos árboles. Desde allí veía mi ciudad, sus edificios, bloques de pisos, arbolillos, y los montecitos azules que la rodean. Y por primera vez desde que estoy viviendo aquí, volví a sentirme como a los doce años. Los horizontes me atrapaban. Eso sí, lo hacen suavemente, lentamente, más que nada porque sé que al otro lado de los montes no hay desierto, sino el mar y Barcelona, con toda su gente, su cultura, su movimiento y vida.

Desde siempre he sabido que no me quedaré a vivir aquí el resto de mi vida. No sé a dónde iré, pero sé que éste no es mi lugar. Ahora empiezo a sentir la urgencia de cambiar de horizontes, de moverme por el mundo, de salir volando a alguna otra parte. Es natural; llevo seis años aquí.

Por todo esto, al leer ese fragmento de Jane Eyre (de hecho, antes siquiera de leerlo) sentí que me atravesaba un breve relámpago de desesperación, al darme cuenta de que ni siquiera mis sentimientos son nuevos y originales. Me pareció que no importa lo paranoicos o extraños que sean nuestros pensamientos y sentimientos, alguien ya lo ha pensado antes, alguien ya lo ha sentido antes, y lo que es peor aún para un aspirante a escritor, seguramente hay alguien que ya lo ha descrito mucho mejor que tú. Es verdaderamente frustrante. La originalidad no existe, como tampoco existe la justicia, o la perfección, y sin embargo seguimos buscándola, apreciándola, deseándola con todas nuestras fuerzas.

Ya no sé lo que me pasa. Tengo (casi) veinte años y siento que no he crecido mucho, que en vez de aprender de mis errores los he estado cometiendo una y otra vez. Me doy cuenta de que tengo la cabeza hecha un lío. Bueno, no exactamente. En realidad todo está perfectamente organizado, metódicamente arreglado, estrictamente mantenido. El problema es que todo aquello es una visión “incorrecta” de la realidad, una visión que me deja con una profunda insatisfacción conmigo misma y con el mundo. Me doy cuenta de que no puedo seguir así, de que tengo que cambiar o morir (o peor, vivir con este miedo y este odio pudriéndome por dentro). Pero es tan difícil, se ve como algo prácticamente imposible de conseguir.

Tengo que destruirme a mi misma, a mi misma tal como me veo ahora (insegura, tímida, insatisfecha, miedosa, rencorosa, sin talento) y rehacerme de mis cenizas, empezar de cero. Pero eso es imposible, y es más imposible aún conseguirlo en un verano. ¿O no?

En realidad lo único que hago ahora es destruirme, poco a poco...