¿De dónde viene la “pluma” de los gays? ¿Por qué hay heteros que también parecen tener pluma? ¿Qué tiene que ver todo esto con nuestras ideas de la “masculinidad” y la “feminidad”?
¿Y por qué una mujer habría de estar pensando en estas cosas? La advertencia primera es la siguiente, pues: no he vivido como hombre y no cuento las experiencias de primera mano. Éstas son sólo suposiciones basadas en conversaciones con mis amigos, en mi experiencia con los hombres, y por supuesto, en unos artículos académicos que he leído últimamente.
Yo me preguntaba hace unos días: ¿de dónde viene la llamada “pluma” de los gays? ¿Es algo que sale natural y es reprimido hasta que el hombre en cuestión acepta su homosexualidad? ¿Es una actitud que adopta al identificarse como gay? Si es un comportamiento natural, ¿no tendrían las lesbianas algo similar a la pluma? Las lesbianas que conozco raramente son unas machorras o marimachas; me parece a mí que son chicas bastante normales, en el sentido en que no hablan distinto ni visten de una manera particular que indique su homosexualidad. ¿Entonces…?
Entonces leí un artículo sobre los estudios de la masculinidad, y voilà! Idea.
Además, ayer veía una película llamada Das Experiment, donde en un experimento sociológico se mete a un grupo de hombres en una cárcel, para simular las situaciones que se viven en una cárcel. Por supuesto todo sale mal: el primer día empiezan las tensiones, que se desarrollan en humillaciones, insultos y todo tipo de vejaciones. Y me iba fijando que el insulto más común que usaban los hombres para humillarse los unos a los otros era “maricón”. En el sentido de “cobarde”, no sólo de “homosexual”. Y por supuesto, sólo basta observar un poco las interacciones sociales de los hombres, donde en todo momento se aprecia una sombra oscura, fuente de tensión y de humor, que pende sobre sus cabezas, por así decirlo- la sombra de la homosexualidad, o más bien dicho, la del “maricón”.
Y lo que creo es esto: “maricón” no es un insulto usado contra los homosexuales, por miedo a la diferencia y la alteridad- lo es, en ciertos sentidos, pero también tiene otra función, quizás más importante: la de reprimir a los propios hombres (heterosexuales).
Lo que pienso es que el concepto de “maricón”, como lo usan los hombres, tiene dos significados distintos, que se mezclan aunque en realidad no tengan nada que ver: por un lado, un maricón es un homosexual, un hombre atraído hacia otros hombres. Por esta atracción sexual que comparten con las mujeres (heteros, obviamente) se ha identificado el maricón con una serie de características “femeninas”. Unas características rechazadas y reprimidas en los hombres, unas características contrarias al ideal de masculinidad de nuestra sociedad.
Características como la cobardía (también llamada prudencia o simplemente No Tengo Ganas de Arriesgar Mi Vida Estúpidamente*), la vulnerabilidad, la inseguridad (“los niños no lloran”), hablar abiertamente de los sentimientos, mostrar emociones que no sean “¡cómo me pone esta tía!” o el enfado, irracionalidad, histerismo, sensibilidad, simpatía por los demás, etc.
(*¿Cuántos tíos no habrán muerto por no haber querido parecer cobardes, ergo maricas? Pensemos que aunque nacen más hombres que mujeres, ellos tienen una expectativa de vida menor que nosotras: son más propensos a morir de enfermedades, accidentes, suicidio, etc. Muchas de estas muertes tienen lugar en la adolescencia. No creo que esta mayor mortalidad indique que ellos son en realidad el sexo débil: simplemente indica que ellos están expuestos a muchas más situaciones de riesgo que las mujeres.)
Todas estas características están tradicionalmente asociadas las mujeres, y se rechazan en la idea de “macho” o “masculinidad ideal” a la que todos los hombres se ven forzados a aspirar.
Rechazando, por tanto, al “maricón”, el hombre que encarna estas características femeninas (además del miedo/rechazo a la alteridad), el hombre está rechazando una parte de sí mismo. No me digáis que los hombres son naturalmente más confiados, fuertes, racionales y cerrados que las mujeres, porque no me lo creo. No hay ninguna cosa en el cuerpo masculino que los predisponga a ser más ambiciosos, competitivos y confiados que las mujeres, al menos, no según se sabe.
En este juego los gays tienen una ventaja: todos ellos se ven obligados, tarde o temprano, a enfrentarse al concepto de “maricón”. Cada vez logran aceptarse a sí mismos más temprano, decir: “Sí, lo soy, ¿y qué?”
Cuando retuerces el concepto y lo conviertes un parte de tu identidad, en algo tuyo normal, en algo de lo que estar orgulloso, el insulto deja de tener fuerza, pierde su valor como arma represiva. El gay es capaz de mostrar todas las características femeninas que el hetero no se ve obligado a afrontar; algunos, creo, incluso las toman como componente principal de su identidad y las exageran, creando lo que se conoce como las “mariconas” o mejor dicho, “locas”, lo que los identifica con las características híper-femeninas de la mujer loca o histérica.
Pero claro, el hombre heterosexual nunca se ve obligado a enfrentarse con sus sentimientos y reacciones más “femeninas”. Durante toda su vida, el hetero sigue teniendo miedo a la alteridad, a mostrar debilidad o cobardía, en fin, a ser llamado “maricón”. Todo esto resulta en la mayor tasa de mortalidad, suicidios y depresiones en general que sufren los hombres, que se complican aún más porque a ellos les cuesta más mostrar sus emociones y descargarlas. Una mujer deprimida tiene más facilidad a la hora de pedir ayuda; un hombre deprimido, portándose como todo un macho sufre en silencio hasta que ya no puede más, y en un arranque de impulsividad, se suicida.
El precio de ser duro, de ser macho, es precisamente no poder comunicarse abiertamente, sentirse constantemente obligado a ser duro, a reprimir sus emociones, a ser fuerte. Es una presión realmente considerable. Te hace sufrir toda la vida.
Pienso ahora en mis abuelos, que fueron criados en una sociedad tan machista y tradicional como la mexicana. Desde pequeños les inculcaron los modelos de masculinidad agresiva, desde pequeños se les exigió que “fueran hombres” y trajeran dinero a casa para mantener a su familia, aunque sólo eran unos niños cuando empezaron a trabajar. Y ahora, en la vejez, cuando su cuerpo se deteriora, se pierde su fuerza, y se ven obligados a estar en casa todo el día, están sufriendo de pleno las consecuencias de ser un hombre en una sociedad machista: han perdido el contacto con sus hijos y con sus mujeres, casi no se hablan, y nunca hablan de temas serios o emocionales, se quejan constantemente de no poder trabajar, de estar demasiado enfermos; se sienten totalmente inútiles, incapaces de comunicarse, incapaces de hacer nada. Y dicen: "ya sólo espero a la muerte".
Los heteros también tienen que replantearse sus modelos de “masculinidad”. Es más: todos y todas tenemos que replantearnos nuestros modelos de “masculinidad” y “feminidad”. ¿De qué nos sirve a las mujeres defender un nuevo modelo de mujer, fuerte, capaz, confiada, que se merece la misma consideración y la misma paga que un hombre, si a ellos los tenemos igualmente atrapados en un modelo rígido de masculinidad? ¡Dejémosles que chillen como locas al ver una araña en la mesa, y matémosla nosotras mismas! (Por poner un ejemplo). Tenemos que crear nuevos modelos a seguir, modelos de "persona", más que de “hombre” o “mujer”, para que podamos elegir qué queremos ser, si queremos ser ambiciosos o artísticos, sensibles o duros, o una mezcla de todo. Un modelo de "persona" que permita que las categorías hombre/mujer designen, simplemente, al físico, al macho y hembra del pan/homo sapiens.
Etiquetas: género, heterosexualidad, homosexualidad, masculinidad